Bucéfalo
Junto a un río de una ciudad cualquiera,
un jinete recorre la foto ennegrecida
donde Bucéfalo y yo le sacamos la lengua.
Los edificios llenos de gente están vacíos, repetía,
mientras Bucéfalo recordaba sobre mi rostro que
en alguno de ellos vivió la niña que poblaba mis sueños.
Junto a un río de una ciudad cualquiera,
nosotros, los veloces camaradas,
fragmentamos el tiempo
para inventar nuevos horizontes.
Lo poco que aprendí de la vida fue saber cómo caer
Saint Paul St. 5 p.m.
Bucéfalo y yo, toditos empolvados,
nos refrescamos en las aguas para curarnos el susto
Conocí a Bucéfalo el día en que mamá
le desinfló las llantas con un cuchillo de cocina
para evitar que me cayera en la vida,
las calles ruidosas del sector siete de la ciudad,
donde la hierba ya había dejado de crecer.
Pocos años después con el mismo cuchillo
empezaría a cortarme en las yemas de los dedos
y ofrendaría mi sangre en pequeños recipientes
esperando para descender al sótano.
Bucéfalo y yo hemos recorrido caminos diferentes:
Él… escondido en la oscuridad de un sótano.
Yo… huyendo de las ciudades.
Bucéfalo y yo hemos recorrido el mismo camino
porque huir de las ciudades no es otra cosa que
esconderse en la oscuridad de un sótano.
Contra todo pronóstico hemos sobrevivido.
Ahora, Bucéfalo y yo recorremos las ciudades,
nos enfrentamos en las carreteras
a los molinos de viento
cantando una canción en libertad.